Primeros auxilios para un divorcio

Matrimonio 7 de sep. de 2022

Como solemos hablar y escribir sobre el divorcio, la gente nos pregunta a menudo si podemos ayudar a aconsejar a un ser querido que está pensando en divorciarse. Cuando preguntamos al amigo o familiar preocupado si ha intentado hablar con la pareja o el cónyuge infeliz, las respuestas habituales son

«No puedo hablar con ellos sobre su matrimonio. Eso afectaría nuestra amistad».

«No se qué decir. ¿Cómo voy a empezar? No se me da bien este tipo de cosas».

«Hubo infidelidad (o alcoholismo, pornografía, etc...), no hay mucho que se pueda hacer».

Su ansiedad, confusión y miedo son reales. Créenos, ¡lo entendemos! El mero hecho de pensar en involucrarnos en una situación así todavía nos asusta. Escribir sobre las enseñanzas de Cristo sobre el divorcio y denunciar sus consecuencias es una cosa, pero ¿hablar en persona con alguien que está a punto de poner fin a lo que se ha convertido, para uno o ambos cónyuges, en un matrimonio miserable? La mayoría de nosotros preferiría que nos taladraran los dientes.

Sin embargo, después de años de ver la devastación que visita a las parejas que se divorcian y a sus hijos, estamos convencidos de que cada uno de nosotros tiene que estar preparado para decir algo. Una de nosotras (LeeAnne) se ha sentido tan conmovida por el dolor que ha visto que activamente llama o se reúne con personas—incluso con totales desconocidos—para animarlos en sus votos matrimoniales. Algunos, sin duda, piensan que tiene alguna habilidad especial. Pero no es así. Sólo está practicando una virtud que todos estamos llamados a tener: el valor.

La Escritura dice que no debemos ser unos entrometidos (2da de Tesalonicenses 3:11), involucrándonos ociosamente en los asuntos de los demás. Sin embargo, a veces los amigos o los familiares se abren a nosotros y nos piden consejo. No tenemos que sabernos las respuestas a todo, pero debemos estar dispuestos a decir la verdad con amor y solidaridad (Efesios 4:25). Puede que Dios nos esté llamando a dar "primeros auxilios" a los que sufren por esta cultura del mundo que afirma el divorcio.

Antes de comenzar, debemos estar convencidos de la verdad. Dios detesta el divorcio (Malaquias 2:15-16). El Catecismo nos dice que el divorcio es una grave ofensa a la ley natural; es inmoral porque introduce el desorden en la familia y en la sociedad (puntos 2380-2400 del Catecismo). El divorcio trae graves daños al cónyuge abandonado y a los hijos traumatizados. La Iglesia enseña que el matrimonio es indisoluble y que, incluso en las estrechas circunstancias en las que podemos tolerar un divorcio civil, el vínculo sacramental de la pareja permanece.

¿Qué debemos decir? Bueno, comencemos comencemos con algunas cosas que no debemos decir:

«¡Mereces ser feliz!»

«¡Él (o ella) nunca cambiará!»

«¡La vida es demasiado corta para estar casado/a con alguien así!»

«¡Dios nunca querría que fueras miserable!»

Este tipo de apoyo, aunque tenga buenas intenciones pero sea falso, ocurre todo el tiempo. Los amigos lo hacen, los familiares lo hacen, incluso los sacerdotes y los consejeros lo hacen. Sin embargo, todas estas son tentaciones para que los cónyuges infelices ignoren o nieguen la naturaleza permanente del vínculo matrimonial, lo cual no es realmente lo mejor para ellos ni para sus hijos. Sí, cuando un cónyuge o sus hijos estén en peligro, ¡ayúdalos a ponerse a salvo! Nunca aconsejes a alguien que permanezca en una situación peligrosa. Pero—y seamos claros en esto—la mayoría de los matrimonios con problemas no son del tipo peligroso.

Entonces, ¿cuáles son algunas cosas que podemos decir o recordar cuando presentamos la verdad en amor?

Diles que lo sientes y pregúntales qué pasa.

Prepárate para escuchar las cosas horribles que se han dicho y hecho el uno al otro. La mayoría de nosotros podemos ser horribles a veces; al fin y al cabo, todo matrimonio está formado por dos pecadores.

No tienes que resolver sus problemas.

La gente puede ser terriblemente desconsiderada, controladora, egoísta, desconfiada e incapaz de perdonar. Puedes decirles la verdad sin involucrarte demasiado en sus problemas. «Parece que no se están tratando bien. Esto puede mejorar».

No evites decir lo que quizá no escuchen en ningún otro lado.

Por ejemplo: que los votos matrimoniales son importantes, que son permanentes, que son para nuestro bien, y que Dios nos ayudará y nos dará la gracia para sanar nuestras relaciones. Enséñales exactamente lo que dicen la Biblia y el Catecismo sobre el divorcio.

Recuérdales las diferencias normales entre hombres y mujeres,

y que es normal que tengamos naturalezas diferentes y aportemos cosas distintas a la relación. Esto no es desigualdad, es complementariedad.

Recuérdales que los momentos difíciles están incluidos en el pastel de bodas.

El matrimonio no promete a nadie la felicidad constante. Además, las dificultades nos fortalecen, nos llevan al Señor, nos señalan nuestras propias debilidades, nos ayudan a entender el sacrificio y el sufrimiento, y nos muestran el camino de la santidad. Una gran parte de la misión de nuestra vida es abrazar el sufrimiento en lugar de evitarlo siempre, para que aprendamos a tragarnos nuestro orgullo, a abrazar nuestras cruces y lo que significa ser abnegado y paciente.

Se sincero sobre cómo el divorcio afecta a los niños.

Puede que les digan que los niños estarán mejor en dos hogares "felices" que en uno infeliz, pero eso es mentira. ¿Son conscientes de la profunda pérdida de estabilidad e identidad que sentirán sus hijos al desmantelarse la familia? ¿O del abandono, la falta de atención, la ansiedad, el riesgo y el peligro que suponen las nuevas parejas de los padres? ¿Quieren que sus hijos aprendan que el amor puede desaparecer sin previo aviso, o que los conflictos conducen a una separación permanente porque así fue para sus padres? ¿Y qué hay de la ira que a menudo desarrollan los chicos, o del deseo de las chicas de encontrar el "amor" en los lugares equivocados?

Para los niños, el divorcio no es un evento de una sola vez.

En cada fiesta, en cada logro, en cada evento deportivo, en cada concierto del coro y, a veces, en cada fin de semana con maletas, los niños soportarán el sufrimiento del divorcio de sus padres. Nunca termina, y nunca es lo que las fotos felices en línea pretenden retratar.

Explica que muchas personas se arrepienten

más tarde de sus divorcios y de lo que significa para sus hijos y su propia estabilidad financiera y social.

Anímalos a distanciarse de cualquier persona que ponga una traba en su matrimonio.

Su deber es con Dios, con su pareja y con sus hijos—no con sus amigos que apoyan el divorcio. Es crucial que busquen la ayuda de aquellos que los animen en sus votos matrimoniales.

Ofréceles esperanza.

Exhórtales a que retiren el divorcio de la mesa y empiecen de nuevo con un compromiso firme a su matrimonio. Pueden defender sus votos y empezarán a ver el cambio. Pregúntales si pueden recordar cuando se conocieron, salieron y se miraron a los ojos el día de su boda. Desafíalos: "¿Qué pasaría si decidieran que estám dispuestos a casarse? ¿Qué pasaría si eliminaran el divorcio de la mesa? Dios les dará la gracia para sanar si se quedan el tiempo suficiente y reman juntos en el mismo barco por el mismo objetivo".


Cada situación es diferente, por supuesto, pero en todos los casos, lo importante es que ofrezcamos a nuestros amigos un apoyo verdaderamente útil, del tipo que les anima en su matrimonio. Recemos por estas parejas y recordemos lo que hace alguien de primeros auxilios: detener la hemorragia, establecer el pulso, y luego trasladar a las personas para que reciban una ayuda más amplia para diagnosticar problemas específicos y comenzar el tratamiento.

Recemos también para tener el valor de aprovechar cada oportunidad que Dios nos da para ayudar a nuestros amigos y honrar el plan del Señor para el matrimonio y la familia.

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Este artículo fue adaptado al español del artículo original 'Be a Divorce First-Responder' de Catholic Answers.

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