Cuaresma - Ceniza Cruz en la Frente

¿Por qué la mortificación es parte de la Cuaresma?

Q&A 27 de feb. de 2023

Una vez di una charla sobre el ayuno y la mortificación cuaresmales en una reunión de profesionistas católicos. Una de las asistentes se me acercó después, algo molesta, y me dijo que el ayuno y la mortificación no formaban parte de su espiritualidad. "Puedo seguir a Jesús perfectamente sin ellos", dijo. "En lugar de eso, me concentro en hacer el bien". (Irónicamente, aquel día era un viernes de Cuaresma, y había comprado pastelitos elegantes para todos).

Le respondí con una pregunta. "Entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo»?" (Mateo 16:24).

En los últimos años, muchos católicos han adoptado penitencias cuaresmales de "entrega", en lugar de dedicarse a las que son más explícitamente actos de auto-negación. Así, en lugar de renunciar a cosas como los dulces, el café, comer carne de animal (incluso los viernes) u otras cosas buenas, se exhorta a hacer cosas como rezar una coronilla más, visitar a un preso, dedicar más tiempo a la lectura espiritual u otra actividad similar, o incluso a "ayunar" de vicios como la falta de amabilidad.

La oración y las obras de misericordia son prácticas cuaresmales maravillosas y necesarias. Sin embargo, si no practicamos la auto-negación de las cosas que son buenas, entonces se pierde el sentido de la Cuaresma.

Dos principios son relevantes aquí. En primer lugar, Jesús sigue siendo nuestro modelo y ejemplar. Puedes apostar a que nuestro Señor rezó e intercedió mucho durante sus cuarenta días en el desierto. Pero lo hizo mientras practicaba una auto-negación rigurosa y significativa. La Escritura afirma que Jesús ayunó mientras estuvo en el desierto (Lucas 4:2). El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que: «La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (540). La Iglesia ayuna desde hace 2.000 años. La legitimidad y la autoridad moral del ayuno hablan por sí solas.

En segundo lugar, al descuidar el ayuno, podríamos estar alimentando inadvertidamente a la bestia. Uno de los efectos de la Caída es un amor desmedido por uno mismo. A menudo tenemos un concepto demasiado elevado de nosotros mismos. Dejamos que nuestros apetitos se desaten. Uno de los propósitos del tiempo de Cuaresma es atacar este amor desordenado por uno mismo.

De hecho, fantaseando con la idea de ser más de lo que eran, fue como Adán y Eva fueron engañados por el diablo para que rechazaran a Dios. «La serpiente dijo a la mujer: "No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal"» (Génesis 3:4-5). Cabe señalar que, cuando el diablo lanzó esta tentación, Adán y Eva aún no habían caído. En otras palabras, la naturaleza humana seguía siendo como Dios la había hecho: intacta e íntegra. Fue atrayéndoles a un amor propio desmedido como el diablo consiguió que cayeran en su sórdida trampa. Desde entonces hemos estado pagando el precio.

Nuestra fragilidad es una fuerza con la que debemos contar. Puede hacernos caer fácilmente en todo tipo de disfunciones y pecados. En su carta a los Efesios, Pablo da una fuerte exhortación a atacar ese yo roto, lo que él llama nuestro viejo yo: «De él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad» (Efesios 4:22-24). Pablo identifica nuestro viejo yo como la fuente de nuestra pecaminosidad; de nuestras pasiones desordenadas; de nuestra negación a seguir al Señor; y, en definitiva, de nuestra infelicidad. Permitir que exista es una insensatez. Debemos declararle la guerra.

Damos muerte a nuestro viejo yo mediante la mortificación. Mortificación procede de dos palabras latinas, mortem y facere; juntas significan "provocar la muerte". Consiste en la práctica de la negación mesurada de nuestros apetitos inferiores y del deseo de placer sensual. Mortificarnos conlleva la liberación. De hecho, el Catecismo llama a la auto-negación una de las «condiciones de toda libertad verdadera» (2223).

Una de las formas más básicas y tradicionales de observar la Cuaresma es el ayuno: obligatorio para todos los católicos (excepto para los exentos por edad o enfermedad) durante el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y fomentado durante toda la temporada. No sólo tiene el peso de la antigua práctica cristiana, sino el de todas las grandes religiones. Incluso los antiguos filósofos practicaban el ayuno. Platón, por ejemplo, ayunaba para lograr una mayor eficacia física y mental.

Algunas personas pueden ayunar con bastante rigor. Otras tienen más dificultades. Para ellas, puede ser necesaria cierta creatividad.

Yo tenía un amigo con un peso corporal muy bajo. Para él, saltarse una comida, o no consumir su cantidad habitual de alimentos, significaba prácticamente dejar de ser funcional. No podía hacer su trabajo; no podía concentrarse; no podía entablar una conversación. Desde luego, esto no es lo que desea la Iglesia cuando prescribe el ayuno. Así pues, en lugar de reducir la cantidad de comida que ingería (que ya era sólo la necesaria para funcionar), se privó de las cosas que hacían agradable la comida. Se privó de todos los condimentos. La sal, la pimienta, la salsa picante, el ketchup, la mantequilla y similares se vaciaron de su casa antes de la Cuaresma.

¿Te resulta pesado ayunar? Prueba a comer tu hamburguesa sin ketchup, mostaza, queso y demás condimentos que te gusta ponerle. No eches sal a tus patatas fritas. ¿Necesitas una taza de café para estar alerta y funcionar? Renuncia a la crema y al endulzante. Con todas estas prácticas, sentirás la privación y vivirás una Cuaresma auténtica. De hecho, privarnos de condimentos es una forma estupenda de ayunar, ya que, aunque añaden placer a nuestra experiencia alimentaria, no poseen prácticamente ningún valor nutritivo. Durante cuarenta días, ¿por qué no darles muerte?

Para que quede claro, practicar la penitencia no es un fin en sí mismo. La Iglesia no prescribe la penitencia porque sea sádica; la prescribe por dos realidades esenciales que provoca. La primera es que nos recuerda nuestra propia mortalidad. El disgusto que produce el ayuno nos hace sentir nuestra falta de autosuficiencia y nuestra dependencia de Dios. Hace que nuestra oración sea mucho más real y genuina, porque es una oración hecha tanto con el cuerpo como con la mente. Esa oración, a su vez, puede alimentar los actos de caridad.

La segunda es que una observancia significativa, sincera y auténtica de la Cuaresma hace que la Pascua sea mucho más que una celebración. Cuando termina la Cuaresma, es tiempo de gloria, y consumimos las cosas buenas de las que hemos prescindido. Y es bueno hacerlo. Son un recordatorio de la gloria que Cristo nos ha comprado y que nos espera en la otra vida.

De hecho, la Escritura describe el cielo como un banquete (Mateo 22:2), un festejo de bodas (Mateo 25:10), un lugar sin hambre (Apocalipsis 7:16). Aunque es cierto que la Iglesia se toma en serio la observancia del ayuno, es igualmente cierto que nadie valora un banquete como la Iglesia. Desde hace 2.000 años, la Iglesia se prepara para una. «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!» (Lucas 14:15).

Que Dios nos bendiga a todos en nuestras observancias cuaresmales.

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Este artículo fue adaptado al español del artículo original "Why Mortification Is Part of Lent" de Catholic Answers.

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Junto con Diego Hernández

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